El nacimiento de un bebé y la crianza posterior durante la primera infancia supone un considerable esfuerzo para madres y padres, que provoca cambios profundos en la familia, tanto si se trata del primer hijo/a como de la incorporación de un nuevo miembro más a la familia. Un bebé recién nacido necesita atención constante por parte de sus cuidadores, y los padres deben responder a las intensas demandas de cuidado que requiere, sobre todo porque el bebé no tiene un ritmo circadiano establecido, su sueño se distribuye a lo largo del día y de la noche en periodos cortos, y necesita alimentarse con frecuencia, además de atender a otras necesidades como higiene, llanto, etc. Como consecuencia de éstas demandas de cuidado, el sueño de los padres se reduce considerablemente, los padres experimentan una carencia de sueño y alteraciones del mismo con frecuentes despertares nocturnos y una peor calidad del sueño, lo cual provoca una sensación de somnolencia y fatiga que acaba afectando a las actividades de la vida diaria.
Tanto los padres como las madres describen la experiencia de la paternidad/maternidad como abrumadora, y las tareas de cuidado del bebé y la gestión de la vida familiar como física, mental y emocionalmente exigentes. Sin embargo, las investigaciones señalan que son las madres, en mayor medida que los padres, las que experimentan un mayor nivel de fatiga y de somnolencia, ya que las madres tienen un sueño más fragmentado, con más despertares nocturnos y pasan más tiempo despierta que los padres.
Las madres experimentan altos niveles tanto de somnolencia como de fatiga después del nacimiento de un bebé, y a ello contribuyen factores fisiológicos relacionados con los cambios naturales que siguen al parto, y factores psicológicos y situacionales relacionados con la adquisición del rol maternal, las expectativas, o características personales, entre otras. Aunque tradicionalmente se ha considerado que la recuperación de la mujer tras el parto ocurre en todas las área de forma simultánea, coincidiendo con la recuperación de los órganos reproductivos , esto es, durante las primeras seis semanas tras el parto (periodo postparto), esto no ocurre así, ya que la recuperación no es sólo física sino que implica también la recuperación de un estatus funcional, entendiendo este como la reanudación de las actividades habituales anteriores al parto, ya sean de carácter doméstico, social, laboral, o de cuidado personal y en este sentido la recuperación se produce más lentamente de lo generalmente asumido, ya que más de la mitad de las mujeres no han recuperado su estatus funcional completamente en el periodo de seis semanas, siendo la fatiga una de las mayores preocupaciones o quejas que manifiestan las madres después de tener un bebé, ya que afecta a su salud, a su capacidad para hacer frente a la maternidad y a la relación con el bebé.
La fatiga ha sido definida como “una sensación abrumadora y constante de agotamiento, y una disminución de la capacidad pare el trabajo físico y mental” (NANDA), es asimismo una sensación subjetiva que interfiere con la capacidad de la persona para funcionar y es tanto física como mental. La fatiga que experimentan las madres después de tener un bebé no mejora significativamente durante el periodo postparto, algunos estudios señalan que el cansancio extremo y el agotamiento a los 6 meses se mantiene estable en los niveles observados poco después del parto, y a los 12 meses la mitad de las mujeres siguen manifestando cansancio extremo. Otros estudios han señalado que la fatiga podría continuar hasta un año y medio después del parto en más de la mitad de las mujeres, estando más fatigadas y con menos energía a los 14 y 19 meses que a las 6 semanas postparto. Por otro lado, las investigaciones constatan que la somnolencia y la fatiga afecta tanto a madres que tienen su primer bebé (primíparas) como a aquellas que tienen su segundo bebé o posteriores (multíparas), y tanto a las madres que amamantan a sus bebés como a las madres que eligen fórmula o alimentación mixta.
Uno de los factores que reiteradamente aparece en la literatura como factor que contribuye y correlaciona con la fatiga materna es el sueño; las alteraciones del sueño, ya sea por carencia, dormir pocas horas de forma continuada o por interrupción del mismo. Las madres experimentan frecuentes despertares nocturnos para atender las necesidades del bebé, fundamentalmente de alimentación, lo que provoca un sueño altamente fragmentado, ineficiente y menos reparador. Estudios objetivos del sueño en madres han identificado una serie de rasgos que son característicos del sueño de mala calidad, incluyendo un sueño menos eficiente, un aumento del tiempo del sueño en el estadio 1 (más sueño ligero), y una reducción del sueño delta, del sueño reparador.
Otro de los factores que repercute en la fatiga son las actividades de la vida diaria, éstas, aparecen como responsables del cansancio que manifiestan las madres, las cuales, enfatizan las demandas y exigencias del día a día, y las pocas oportunidades que tienen para hacer un descanso. La combinación de un sueño fragmentado en las madres y la necesidad constante de cuidar del bebé, con pocas oportunidades para descansar a lo largo de las 24 horas del día, provoca altos niveles de estrés y agotamiento.
Los efectos que produce en las personas un sueño fragmentado, por despertares frecuentes, o una carencia de sueño, son cualitativamente similares, provocando síntomas comunes como un aumento de la somnolencia diurna y de la fatiga, irritabilidad, aumento del tiempo de reacción, disminución del rendimiento psicomotor, un peor nivel de atención, y deterioro del estado de ánimo. Los déficits que provocan las alteraciones del sueño tienen un efecto acumulativo a lo largo del tiempo sin la conciencia del individuo afectado.
Fuente: Gay et al., 2004; Lee & Zaffke, 1999; Malish et al., 2016; Troy, 2003/ Somnolencia y fatiga materna en los primeros años de crianza y ejecución en la conducción evaluada en simulador, 2017/ Giallo et al., 2011/ Insana et al., 2014; Sinai & Tikotzky, 2012